11 de noviembre de 2008

Prólogo de Baradhor



La portuaria ciudad-puerto de Barak-Varr, orgullo de la raza enana y rica por su comercio. La más cosmopolita de todas las ciudades enanas, si señor, una cueva inmensa que desemboca al mar, y en su interior enormes edificios de pura piedra labrada con la maestría que sólo nuestra raza es capaz de traer a este mundo. Sí, por nuestras calles se pueden ver gentes de lo más variopintas, de nuestro vasto imperio es la ciudad con mas riqueza cultural. Todo eso no son mas que pamplinas y palabrería de elfos amariconados – el viejo enano dejo su jarra de cerveza sobre la mesa del bar y miro al grupo de barbilampiños que, con atención, escuchaban sus palabras- como miembro de los barbaslargas de nuestro clan – de entre la multitud de jóvenes enanos surgió un vítore “gloria al clan Barba Trueno” a lo que Baradhor, el enano más anciano y que tenia la palabra, sonrió (bueno, lo mas parecido que un viejo enano gruñón puede considerar “sonrisa”) – he vivido aquí incluso cuando vosotros no erais más que una idea perversa en la mente de vuestros lascivos padres, y en esos tiempos mis manos ya habían decapitado mas de un sucio pielverde- tomo un respiro para dar otro trago de su cerveza antes de proseguir- y por ello puedo deciros que nuestra hermosa ciudad se ve arruinada cada día mas por todos los pies de razas no enanas que la pisan. No malinterpretarme, soy el primero que honrara al imperio con su vida si los humanos lo necesitan, y que demonios, me río como el que más cuando un halfling eructa pavorosamente después de una cena, pero creo que nuestras murallas deberían ser solo para los nuestros.


Algunos enanos asintieron y otros cabizbajos se guardaron su opinión para ellos mismos, no era conveniente enfadar al veterano. Bueno, veterano seria llegar demasiado lejos, todos los presentes sabían que Baradhor era un miembro de alta alcurnia de el clan Barba Trueno, y por lo tanto sus manos no habían derramado tanta sangre como la de un rompehierros de primera línea. En la sociedad enana el escalafón social no te exime de participar en los combates, ni mucho menos, pero lo harás rodeado de un grupo de curtidos guerreros. Fue hace mucho tiempo, cuando su barba no era cana, y presentaba el color dorado inmaculado que le caracterizaba, cuando Baradhor combatía con sus compañeros contra los orcos que intentaban asediar Barak-Varr, los skavens de las profundidades de las cavernas o los goblins nocturnos. Ahora, después de muchos años limpiando de escoria y evitando escaramuzas, cuando su barba empezó a blanquearse, fue cuando lo nombraron barbalarga, junto a los demás de su pelotón.
Entonces le dije a ese sucio humano que si volvía a mirar a mi sobrina de aquella manera mi martillo tendría una cita con sus dientes... – proseguía el viejo, que había perdido el rumbo de su historia y empezaba a divagar. No tardo mucho en ser interrumpido por una voz de entre los barbilampiños.
- ¡Cuéntanos la historia de la guerra del orco tuerto!- gritó el enano impaciente, seguido de una algarabía de compañeros deseosos de escuchar aquella historia. La guerra del orco tuerto fue la única batalla a gran escala que Baradhor tuvo que participar, y en la cual los enanos volvieron victoriosos.
- No pienso presumir de aquel combate, fue demasiado sencillo- dijo con un tono demasiado serio y amenazador, que no concordaba con sus palabras. Los enanos presentes entendieron la indirecta y sutilmente cambiaron el rumbo de la conversación.
- Y entonces Barad, si no es para relatarnos aquel combate, ¿por qué nos has reunido hoy aquí?- pregunto el más valeroso y temerario de ellos. Baradhor lo miro con unos ojos vivaces, de un color verde que no había perdido un ápice de su brillo en todos esos años.
- Para despedirme de vosotros- sentenció.

Los presentes en la taberna lo miraron incrédulos un momento, hasta que el barman, que también había atendido a los relatos del viejo barbalarga, corto aquel silencio.
- ¿Eso quiere decir... que te vas?, ¿por qué?- a modo de respuesta Baradhor saco una vieja nota arrugada de un bolsillo y la releyó por enésima vez desde que la recibiera hace unos días.
- Me temo que eso no es asunto vuestro- dijo secamente guardando la nota nuevamente. Los enanos sabían muy bien lo que valía la intimidad y con el recelo que su raza guardaba los secretos, por lo que, lentamente y despidiéndose del, todos los jóvenes abandonaron el bar uno a uno.
El viejo enano se quedó solo terminándose la jarra de cerveza que tenia, y otra que la siguió después, dejando que el alcohol y el dulce sabor fermentado embriagaran sus sentidos.

Se encontraba en su despacho, repasando mentalmente las líneas de aquella carta, y a sabiendas de que la jovencita no podría tardar en llegar.

-¿Te acuerdas cuando era niña y me decías que me llevarías a conocer mundo y a vivir aventuras?-pronunció la voz dulce de su sobrina Prímula desde la puerta. El viejo enano la miró y su rostro sonrió por segunda vez en aquel día y un ápice de excitación surgió de su interior.

Era el momento de comenzar el viaje.



Autor: Jonathan (alias Gismou)


4 de noviembre de 2008

Prólogo de Prímula



¿A quién se le hubiera ocurrido?

“Nos lo pasaremos bien”, dijo, “será una gran aventura” me aseguró... y vaya si lo es.


Estamos aquí arriba, en un primer piso, esperando que se haga de día, eso si ocurre claro, en este maldito lugar lleno de niebla un ser de mi tamaño nunca vería el sol, o si llegamos vivos al momento del amanecer, claro...
Abajo, un montón de zombies. Esperando que cometamos un fallo, el mínimo error, para tragarnos, convertirnos, o lo que quiera que hagan esos desagradables bichos.
No os diré cómo hemos llegado aquí, o quizás si, pero en otro momento, ahora lo importante es el dinero.
¡Mierda! Me aseguraron 100 monedas de oro por encontrar a ese estúpido humano, y por mi orgullo de enana que las consigo.


Pero bueno, creo que me estoy precipitando. Seguro que andáis perdidos Volvamos unos meses atrás en el tiempo.


Nos encontramos en una cueva decorada con fuertes rocas adornadas por espléndidas runas enanas, todo un orgullo para nuestra raza. Allí está mi tío, que me ha mandado llamar, viste ricamente, como noble que es, su calva pulida brilla bajo la luz de las velas y su barba, cada día más canosa, se encuentra recogida en un abalorio con el emblema de nuestro clan. Sus ojos, profundos y penetrantes, parecen haber obviado el paso del tiempo, siguen tan intensamente verdes como cuando tenía mi edad.
Se encuentra en la mesa de escritorio de su aposento, en su mano derecha, como de costumbre, una jarra de la cerveza más exquisita de esta zona, la cerveza enana fabricada en nuestra ciudad. En su mano derecha descansan un par de papelitos rectangulares.

-¿Te acuerdas cuando era niña y me decías que me llevarías a conocer mundo y a vivir aventuras?-dije a modo de saludo.

No tenía más que decir, ya sabía que era lo que llevaba en la mano, ya sabía sus intenciones, ya sabía que tendría que despedirme por un tiempo de la cuidad. ¿Cómo lo sabía?

Él estaba más ilusionado que yo. Con eso me bastaba.

Nos íbamos a conocer mundo.